No todo es política en ‘House of Cards’, aunque esta —o más bien, el poder— sea el tema principal alrededor del que giran todas las tramas. Con Frank Underwood aprenderás a llegar lejos… si, como él, careces de escrúpulos.
Pero también aprenderás cómo funciona el mundo, cómo se cierra un acuerdo, cómo manejar a la prensa o cuál es el camino más corto (o sea, menos ético) para conseguir todo lo que te propongas.
Lecciones inmorales de un antihéroe
Con el permiso de Robin Wright —espléndida en su papel de esposa empoderada—, es el personaje interpretado por Kevin Spacey el que ha encumbrado a ‘House of Cards’ al pódium de las grandes ficciones de los últimos diez años. Hasta ahora, habíamos conocido a tipos malos de toda tipología. Pero ninguno gobernaba el país más poderoso del mundo.
Lo que, por extensión, convierte a Francis Underwood en un tipo muy peligroso. Alguien que cree que “la democracia está muy sobrevalorada” viendo su facilidad para abrirse paso como un lobo con piel de cordero entre las ovejas; alguien que, además, tiene el poder de alterar el statu quo internacional. Sí, sin duda es una gran amenaza.
Frank se presenta ante los espectadores como un experto titiritero, que mueve los hilos para manejar a su antojo a sus enemigos y decidir el orden mundial.
Solo hay una regla: cazar o ser cazado.
Ante sus votantes, su propio país y el resto de congresistas, finge que le importan más que ocupar un puesto. Pero no hay máscara que valga cuando comparte escena con su mujer, cómplice de sus tejemanejes políticos y tan ansiosa de poder como él.
Tampoco con quien se atreva a desafiarle: a ese le enseña directamente los dientes. Y mucho menos con el espectador. El Sr. Underwood no respeta ni siquiera la cuarta pared y habla directamente a cámara, para aleccionar a sus seguidores. Lo hace con ese tono condescendiente del que se cree siempre poseedor de la verdad absoluta.
Pero sus enseñanzas no tienen nada que ver con la moralidad. Porque su único objetivo es llegar a la cumbre y la ética no es más que un obstáculo en su camino.
Sabemos algo que el mundo se niega a reconocer: no hay justicia, solo conquista.
Por eso su personaje provoca esos sentimientos encontrados: te fascina su magnetismo, su carisma; y ello en gran parte gracias al increíble trabajo de Spacey. Pero no puedes dejar de verle como el canalla que es. Y a pesar de eso, admiras su tesón, su inteligencia, su capacidad para ir escalando puestos manteniendo la máscara puesta.
Frank Underwood no es un antihéroe, es la personificación del propio concepto de antihéroe. Porque reúne lo ‘mejor’ de todos los tipos de villanos que hemos conocido y amado/odiado: el sarcasmo del Dr. House, el instinto asesino de de Dexter, el ego de Walter White y esa exquisita inteligencia —dedicada en exclusiva a hacer el mal— de Hannibal (Lecter).
‘House of Cards’ o los entresijos de la política
‘House of cards’ se ideó mucho antes de que Frank Underwood presentase su candidatura para gobernar Estados Unidos. Fue en 1989, en forma de libro. Y escrito ni más ni menos que por el que fuera jefe de gabinete de Margaret Thatcher.
Es de suponer que Michael Dobbs conocía bien los entresijos de la política inglesa; lo que se cocía tras la puerta del número 10 de Downing Street. Cuando habla de reuniones en la cumbre, acuerdos y crisis mundiales, lo hace desde la experiencia de haber estado allí, entre bambalinas.
Aunque también, confiesa, su libro es producto de la rabia. La Dama de Hierro le despidió después de una gran bronca y su despecho dio lugar a una única palabra: FU (fuck you). Fue el punto de partida para crear su personaje, Francis Urquhart. No es que se inspirara en ella, es que Francis es, según su creador, “determinado, obsesivo, maquiavélico, sin principios… El tipo de político que triunfa”.
Ese arquetipo, personalizado en Francis Underwood, es el retrato de un Maquiavelo moderno. La realidad que a veces se esconde tras un programa y todas esas buenas intenciones que se proclaman durante las elecciones. El hombre, corrompido por el poder. O cegado por su deseo de conseguirlo.
Al final no me importa si me aman o me odian, mientras yo gane.
Dobbs resulta creíble en su relato. Al menos así lo aseguran políticos del nivel de Bill Clinton, quien, solo un mes después del estreno de la serie, le confesaba a Spacey que el 99% de las tramas que podían verse en ella eran verosímiles, factibles; incluso, un fiel reflejo de la realidad. Otro expresidente, Barack Obama —enganchado desde el minuto uno al malvado Underwood hasta el punto de pedir por Twitter que nadie se atreviese a spoilearle— declaró que la ficción representa de manera muy veraz cómo es la vida en Washington, el epicentro del gobierno americano.
“¿Sobrestimamos la democracia? ¿El poder corrompe? ¿O es que los corruptos ansían el poder?”. Son preguntas que se hacen los autores de ‘House of Cards y la Filosofía: la República de Underwood’, un interesante libro sobre la filosofía presente en esta ficción; especialmente desde la perspectiva de la ética. Preguntas que probablemente también te harás tú después de disfrutar de sus cinco temporadas en Orange TV, a través de Netflix. O sea, todas las que cuentan con el personaje de Francis. Y hasta ahí podemos leer.
La mano que mece a la prensa es la mano que gobierna al mundo
En una ficción de intriga política y de conspiraciones, la intervención de los periodistas se torna fundamental. Son los buenos, los únicos que pueden detener al malo y herirle con el arma más poderosa: la información. La verdad. Una lucha que lleva a más de un personaje a la deriva. Y a convertirse en víctima del villado Underwood.
A Frank Underwood le resultaría imposible ocultar sus mentiras al mundo si no fuera porque mantiene a la prensa a raya. La maneja como al resto del mundo; la usa a su antojo, ya sea como arma arrojadiza para perjudicar a sus rivales o como un lacayo a su servicio. Le da jugosas declaraciones cuando la necesita y trata de silenciarla por todos los medios cuando no le gusta lo que dice de él.
No somos nada más ni nada menos que lo que escogemos revelar de nosotros.
Su intento de control va mucho más allá. En un ejercicio de metaperiodismo, Netflix envió cartas mecanografiadas y firmadas por el mismísimo Frank Underwood a la prensa argentina para promocionar la cuarta temporada de la serie. En ellas, el candidato pedía sutilmente el apoyo de los periodistas a su ‘campaña’ usando el hashtag #4M; en realidad, al estreno de la cuarta temporada, el 4 de marzo de 2016. Otra genialidad publicitaria de la plataforma.
El mérito también es de su personaje. Y de las redes sociales. Frank utiliza la cuenta oficial de la serie en Twitter para mandar recaditos a otros mandatarios y darles lecciones en forma de gif. O para opinar sobre la actualidad.
https://twitter.com/HouseofCards/status/920923981217071105
Hasta Kevin Spacey se ha puesto en su piel (en sentido figurado) en la vida real, interpretando una vez más a su antiguo personaje para hacer una declaración ante los medios, tras sus conocidos problemas con la justicia.
Personajes carismáticos, brillantes diálogos, intriga y una oscura y cruda visión de la sociedad, desde lo más alto del poder: la Casa Blanca. Una ficción con una moraleja fundamental: en el camino al poder, o cazas o eres cazado. La serie muestra ambos caminos. Cada uno aprende la lección que quiere.
Fotos | IMDb/House of Cards Photo by David Giesbrecht – © 2015 Netflix, IMDb/House of Cards Photo by David Giesbrecht / Netflix, IMDb/House of Cards Photo by David Giesbrecht / Netflix, IMDb/House of Cards Photo by David Giesbrecht / Netflix