¿Qué les pasa a los franceses con la comida en sus películas?

/ 15 diciembre, 2017

La convivencia entre cine y gastronomía ha alcanzado sus más altas cotas a través del cine francés. Si la mesa es el punto de encuentro, de la relación entre comida y convivencia, la cámara de estos directores ha servido como santuario para salvaguardar los mejores platos ante la posteridad.

Pero, ¿por qué? En serio, ¿por qué esta obsesión? El cine francés se come con los ojos. Porque uno y otro mundo muta a través de los hábitos de una nación que respira los aromas de sus platos como respira los planos de sus actores. Pofundicemos en esta sugerente relación.

Un affaire de varias décadas

Más allá de los tropos tradicionales —una buena alimentación como fuente de una salud integral—, la cinematografía gabacha preserva un relato con la cocina por dos motivos: la sexualidad, la facultad erótica de la comida sobre las manos de sex symbols como Brigitte Bardot, Miou-Miou, Emmanuelle Seigner o incluso Laetitia Casta, y el arte de comunicarse a través de ella.

«Cualquiera puede cocinar», dirían en la seminal Ratatouille. Pero no cualquiera puede relatar la creación del plato con el arte de un gran narrador. Veamos dónde están los títulos clave que mejor ver con el estómago lleno o acabarás más seducido por la cocina que por la genial oferta televisiva de Orange TV.

Tímidos anónimos (2010)

Podríamos citar ‘Salaud, on t’aime’, ‘Du vent mes mollets’ o piezas de la década anterior como ‘American Cuisine’ y ‘Cena de Navidad’. El cine francés está copado de escenas de mesa con platos trufados de elaboraciones mimadas, pero pondremos la mirada sobre dos personas timidísimas que sólo podrían relacionarse a través de un nuevo idioma.

Y, si la gastronomía cuenta con su lenguaje propio, el chocolate suele ser nexo de unión de almas radicalmente contrapuestas. Esta no es la primera película donde el director Jean-Pierre Améris crea una relación mediante la cocina. Y es que, cuando uno no sabe que decir, nada mejor que conquistar por el estómago. Él siempre hablará por ti, incluso en los momentos más incómodos.

Tres amigos, sus mujeres y los otros (1974)

¿Cómo se comunican un hombre retirado escribiendo hojarasca por encargo, un médico que busca humanizar su profesión y un jefe de fábrica sin grandes aspiraciones? A través de la comida. Estos tres amigos traducen lo que va bien y mal, la precariedad y el dolor familiar, la derrota y el éxito, a través de la mesa, de la forma de servir y comer.

Vatel (2000)

Pocas películas tan icónicas dentro del género. Aunque cuenta con casting y director americano —Roland Joffé, autor de ‘La misión’—, la forma de abordar la comida es bastante “francesa”. Las viandas se catan; no se devoran, se degustan, no se engullen de forma apresurada. El nombre del título hace referencia al protagonista, François Vatel, mayordomo con ínfulas de artista y cocinero ejemplar, interpretado por un Gerard Depardieu en estado de gracia.

Una vez más, sus debates sobre lo noble y lo profano desembocan sobre la cocina: se cocina para vivir y se está vivo para cocinar. En su formalismo arriesga —inventa la mismísima crema Chantilly—. Él es feliz cocinando y hace feliz con sus elaboraciones. Pero claro, este fugaz espectáculo muere cuando observa que su privilegio es pagado por las manos más perversas y crueles del poder.

Delicatessen (1991)

Esta cinta puso en el mapa a dos directores que acabarían enfrentados: Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro. El primero seguiría explorando sus degustaciones gastronómicas a través de filmes como Amélie, mientras que el segundo acabaría volcado en la ciencia ficción más alucinada.

Delicatessen no destaca por su amor a la comida, sino a lo comido: es una obra caníbal de terror y humor negro que dispara hacia esa credo devoto: tal vez el plato más delicioso esté aún por crear. Y tal vez la materia prima deba ser buscada más allá del marco jurídico tradicional. Cuando el hambre aprieta…

La vida de Adéle (2013)

Volviendo al primer punto del género, este clásico moderno tiene tanto de carnal, de erótica y sutil, como de sensible y veraz. En medio de una vida de fragmentos rotos y recompuestos se articula un relato que, una vez más, respira a través de la comida, el nexo social en toda conversación. Y a través de sus rutinas nosotros leemos y vivimos las propias.

La cocinera del presidente (2012)

Como obra fílmica tal vez nos encontremos ante un relato demasiado prosaico, pero su eminencia resplandece a través de sus fogones. Tan grave y severo es el guión con la forma en la que traslada los quehaceres internos que el equipo de rodaje contó con el asesoramiento profesional de chefs franceses como Gérard Besson o Guy Legay.

La cocinera del presidente eleva un alegato feminista —este es un rol reservado casi siempre al género masculino— y pone sobre la mesa una máxima que eventualmente olvidamos: los platos más creativos proceden de los espacios menos habituales. «Hágame una cocina muy sencilla. Odio las complicaciones, las preparaciones rebuscadas, los adornos inútiles», sugiere el Presidente.

Intocable (2011)

En absoluto esta es una cinta directamente relacionada con la comida, pero utiliza el motor de la necesidad, de algo tan mundano como poder comer con tus propias manos, a través de dos personajes clave: un aristócrata tetrapléjico y su nuevo cuidador, un joven de suburbios exconvicto y fruto de una familia completamente rota.

Los alimentos —la exposición, elaboración, deglución— marcan una serie de pautas y nos recuerdan algo que ni todo el dinero del mundo sería capaz de comprar: el amor verdadero. Porque al final, de eso va todo: amor por la cocina, amor por la vida.

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