La nueva temporada de South Park, la número 21, acaba de estrenarse en Comedy Central por todo lo alto: con dardos envenenados hacia los supremacistas blancos y polémica tecnológica. En el primer episodio Cartman convoca a Alexa, asistente inteligente de Amazon, y desde el otro lado de la pantalla cientos de cacharros activan distintas órdenes.
La serie de Trey Parker y Matt Stone ha alcanzado la edad legal para comprar alcohol en Estados Unidos y, en su vendaval de puyas y chistes sin filtro, los habituales no hemos encontrado ni un ápice de agotamiento. La maquinaria sigue engrasada como el primer día. Algo que no podemos decir de Los Simpsons.
De la sátira a la tómbola arbitraria de cameos
Vale, podemos hablar en términos distintos de «mejor» y «peor». Incluso decir que la objetividad no existe y los gustos son como los culos. Pero a día de hoy y tomando datos populares de IMDb, los Simpsons son peores. No trates de combatirlo y disfruta de Stan, Kyle, Kenny y Eric.
No, en serio: toma la suma de puntuaciones de las 28 temporadas de Los Simpsons y divide para obtener un promedio: 7,83 puntos sobre diez. ¿South Park? 8,69 sobre diez. Rotten Tomatoes también opina similar: 87% de frescura sobre 81%. ¿Podemos argumentar que es más fácil diluirse cuando su competidora cuenta con más del doble de capítulos? Sí, pero preferimos no hacerlo.
Los Simpsons son parte de la vida de muchas personas. Generaciones enteras pueden recitar de memoria diálogos convertidos en lemas y recordar que la sitcom moderna es como es gracias a Matt Groening y su equipo. Su reputación, en cualquier caso, no pasa por su mejor momento. Hemos presenciado la caída a cámara superlenta, a 240 frames por segundo. Camino de los 650 capítulos desde aquel 17 de diciembre de 1989, mientras la familia amarilla trataba de asirse a la actualidad, ésta se zarandeaba y le adelantaba un par de pasos.
South Park le mide el pulso a la prensa internacional y los debates sobre el estado de la nación a la misma velocidad que crece un hilo de Reddit. South Park es capaz de plantear una línea de diálogo lateral cuando aún no hemos terminado de digerir su parodia primitiva. ¿Quieres quedarte en los chistes de pedos? Por supuesto, estos canadienses animados a golpe de cut-out no pasan de los 12 años. Pero te aseguramos que hay mucho más de lo que parece.
El tercer actor
La animación ha mutado. Lo demostró Bob Esponja, Hora de Aventuras, después Gravity Falls, Rick y Morty y ahora Bojack Horseman. Los Simpsons son una serie conservadora, formulaica en términos creativos: viven del canon y lo alimentan.
South Park también tomó parte de aquella «guerra de los dibujos» —la explicitó, de hecho, durante la décima temporada— delineada entre Padre de Familia y Los Simpsons. Pero, mientras unos se lanzaban cacas como monos olímpicos, la otra se limitó a trazar con tiza una línea donde marcaba que ellos no jugaban al mismo juego: no tenían miedo de ir hasta el final con su cinismo. Lo que nos recuerda que South Park, pese a las distintas manos colaboradoras, se mantiene firme a las voces autorales y no a los desmanes corporativos. Porque no es lo mismo ser producida en una gran factoría que convertirse simplemente en la factoría.
El target
Lo que nos lleva a la realidad más acuciante: South Park es una serie más minoritaria, más «de nicho». No aspira conquistar a toda la familia, sino marcar un discurso y estilo concreto.
A cambio nos perdemos números musicales —eso lo relegan al multipremiado ‘El libro del Mormón’— y referencias culturales de perfil amplio; pero ganamos en libertad. Y la libertad es la voz nasal y gangosa de Cartman. La libertad es escuchar el sonido acampanado que marca el +18, ’R’ fuera de España, y saber que estás ante algo único.
Y los idealismos
Una película tan nefasta como The Simpsons Movie acumuló casi 530 millones de dólares en taquilla internacional. South Park: Bigger, Longer and Uncut apenas cosechó 83 millones. Una actúa como puerta de entrada para nuevos fans ensimismados en la resonancia pop; la otra es una extensión natural de los episodios más febriles de la serie. Es evidente que no todo el mundo puede concederse ciertos excesos.
The Guardian, Rolling Stone o The Telegraph coinciden en que los mejores capítulos de Los Simpsons orbitan entre las virtuosas plumas de Conan O’Brien y George Meyer —traducido: el episodio de ‘Marge contra el Monorail’ y ‘Homer el hereje’—. Son píldoras televisivas perfectamente diseñadas donde cada gag engarza con el anterior imbricando lo que entendemos como «Entretenimiento». En mayúsculas.
De South Park no podemos decir lo mismo. Y no podemos por una sencilla razón: no hay listados enumerativos de mejor a peor. Cada temporada incluye dos o tres momentos que actúan como bolas de demolición, como cargas de dinamita que tiran a la basura lo anterior. Cada temporada hace olvidar, para bien, que existió otra antes. En parte por estar gravemente agarrada, ya lo decíamos al comienzo, a los asideros de la realidad más inmediata —esa que marca el devenir de la historia, por cierto—.
South Park progresa adecuadamente, no busca hacer reír, ese «chiste por el chiste», sino elevarse en relevancia y transformarse en un testigo demasiado verosímil de lo que está pasando. Este molde hecho a medida no tiene forma, sino que muta según muta el tiempo. Dicho de otro modo: su autoconsciencia no nace de un universo ficcional, sino de la inagotable, ilimitada e inesperada evolución natural. South Park es lo que pasa mientras vivimos.