Con Juego de Tronos congelada —hasta que desemboque su octava temporada en siete reinos más peleados que un bloque de vecinos en Halloween— hemos querido hurgar un par de décadas atrás, buscando subproductos de ambiente similar, pequeñas joyas de espada y brujería con casting coral o no, con dragones o sin ellos porque el presupuesto no daba para tanto.
Y entre la oferta de canales que podemos encontrar en Orange TV nos hemos topado con suficiente material para acabar borrachos de medievalismos, embarrados entre batallas de corchopán y mitologías indestructibles destruidas por rodajes nefastos. Ya sabes lo que dicen: no están todas las que son, pero sí son todas las que están.
Hércules: sus viajes legendarios (1995)
La madre de todas las series mitológicas modernas nació con esta maravilla donde Kevin Sorbo interpretaba al semidiós griego y un divertidísimo Michael Hurst hacía lo propio en el papel de Yolao.
La serie fue precedida de cuatro películas como cuatro soles, el pack de acción que puso en el mapa al actor y lo llevó a lo largo de seis temporadas, hasta su triste cancelación. ¿La razón? Más oscura de lo que parece: un aneurisma que todos estaban ignorando menos la familia del propio actor.
La sombra de esta serie se proyectó incluso muchos años después, en proyectos como ‘La leyenda del buscador’ (1998), otra de esas obras consideradas menores con la firma de Sam Raimi a la producción.
Hércules y sus viajes comenzaron en enero del 95 y la vorágine se prolongó en forma de precuela con El joven Hércules (1998) —no confundir con la película del mismo nombre y mismo año—, donde un púber Ryan Gosling acompañaba al público de Fox Kids Network cada semana, o la propia ‘Xena: la princesa guerrera’, un spin-off que terminó fagocitando la idea original gracias al perenne trabajazo de Lucy Lawless.
Xena: la princesa guerrera (1995)
Los escritores John Schulian y Christian Williams se intercambiaban actores en tiempos donde la maquinaria televisiva no podía parar ningún día del año. En septiembre del 95 daba comienzo esta extensión mitológica donde la citada Lawless y Renee O’Connor, en el papel de Gabrielle, repartían estopa cada capítulo.
No, en serio, raro es el episodio donde no encuentres una buena tromba de guantazos y algún que otro degüello. Faltaban dragones, eso sí.
Conan (1997)
Tomando el guión del clásico tebeo de Robert E. Howard, esta serie alemana no cuenta con un Conan sanguinario y hostil, sino con un, como diría El Fary, blandengue y jovial aventurero. Lo suyo es la ayudar a los más desfavorecidos, siguiendo el canon impuesto por el Hércules de Kevin Sorbo.
Pero el resultado dejaba bastante que desear: la misma productora de Tarzan: The Epic Adventures buscaba productos económicos y peliagudos por su intencionalidad “para toda la familia” de algo que no puede ser. Porque el bárbaro material original apuntaba en la dirección opuesta.
Beastmaster (1999)
Tres temporadas duró el experimento de Sylvio Tabet, una serie canadiense-americana-australiana que toma como material de partida el clásico de MGM del mismo nombre.
Menos bestias y más primeros planos de Jackson Raine, todavía encontrarás a algún que otro defensor de este retrato naturalista, ya que a diferencia de otras sí contó con una buena distribución que la posicionó más allá de donde merecía.
Las cifras no siempre tienen razón. Que le pregunten a las cutreces máximas de Stephen Furst —sí, el Flounder de ‘Desmadre a la americana’—, en ese dueto de lo pocho llamado ‘El ataque de los dragones’ (2004) y ‘El camino de la destrucción’ (2005) —su hijo haría un papel aún más memorable en Basilisk: The Serpent King—. Pese al presupuesto y el resultado, la primera se posicionó como una de las producciones originales de Sci Fi Channel con mejores cifras de espectadores en el estreno de su emisión.
Roar (1997)
Un jovencísimo Heath Ledger y una ídem Vera Farmiga cumplen a las órdenes de Shaun Cassidy para este producto de FOX donde celtas y romanos se pelean en su conquista y defensa por las tierras irlandesas. Roar empezó aspirando a ser algo más sobrio, una especie de ‘Vikings’ adolescente, con espacio para la reflexión histórico-social. Hasta que cayeron en vicios de la épica, en la sexualización boba y mucho diálogo cansado.
Habrá quien vea aquí una serie que se tomó demasiado en serio, cuando Hércules o Xena supieron alternar entre ambos tonos sin caer en el ridículo —o cayéndose de bruces, qué más da—. En cualquier caso, la pobre serie desapareció tras una irregular primera temporada.
Robin de Sherwood (1984)
Tres temporadas, tres fans bastante contentos, y un montón de usuarios pidiendo más y más. El showrunner Richard Carpenter realmente quería crear su propia Juego de Tronos, pero la serie era carísima, la cadena no podía financiarla sin ayudas externas y al final llegó a su fin sin otra esperanza.
Aunque en España apenas contamos con cobertura mediática de esta producción, en Reino Unido fue bastante querida; para muchos, el Robin of Locksley interpretado por Michael Praed es absolutamente imprescindible.
Dark Knight (2000)
Volvemos a la tardía sombra de Xena, bajo escenario neozelandés y mitología medieval, concretamente adaptando la leyenda de Ivanhoe. Dark Knight cuenta con todos los tics y tropos del género, es rancia hasta decir basta y entretenida por las mismas razones.
Con un protagonista con rictus de oler a ajo todo el rato, este pasatiempo de dos temporadas merece la pena más por sus secundarios, por la flamante Rebecca y el ridículo enano Odo, que por su torpe resolución de tramas.
Covington Cross (1992)
Gil Grant, un habitual de la CBS para series como NCIS o la adaptación televisiva de Gattaca, probó suerte con esta británica que sólo duró una temporada en antena.
Podríamos decir, de nuevo, que estamos ante un Juego de Tronos para adolescentes o un Friends en pleno marco medieval. Básicamente lo mismo que podríamos decir en la actualidad de Juego de Tronos, más fanfiction que obra canónica y más complaciente que rompedora. Humor de poso británico y escenas lacrimógenas para todos los públicos.
Las aventuras de Sinbad (1996)
Seguimos con la espada y brujería y seguimos bajo el candoroso marco de los 90, esa década donde los canadienses producían como churros maravillas a precio de coste. Ed Naha guionista, entre otras, de ‘Los hechiceros del reino perdido’, logró dos temporadas nada despreciables que terminaron por la baja audiencia, no por escasez de ideas. Un clásico juvenil para según a quién preguntes donde el marino conquistador del Golfo Pérsico se dejó querer. Y se dejó olvidar.